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El placer de la alienación

Por: Sebastián Endara

Partamos del supuesto de que el progreso es un proceso destinado al alcance del confort. Ello, sin embargo, no quiere decir que el progreso sea un proceso de liberación o hacia la liberación, si entendemos por liberación la posibilidad de autodeterminación individual y colectiva. De hecho parece que sucede todo lo contrario, a la luz de la creciente desmovilización y desestructuración de la ciudadanía que experimentan las sociedades sumidas en la dinámica de la vida burocrato-tecnológica. El sueño iluminista de una razón dominadora de la naturaleza para beneficio del hombre, se hizo trizas tanto por los desastres naturales de los mismos intentos de ‘dominación’ de la naturaleza, como por la ausencia de beneficios reales para el ser humano en términos del mejoramiento de su calidad de vida. Que el espejismo del progreso goce todavía de popularidad mundial se explica por la instauración de una ideología que no resguarda el sistema de dominación con presupuestos éticos o filosóficos de cuño escolástico, sino con el ejercicio sistemático de la excitación y el deseo hacia los bienes y servicios que la administración de la dominación es capaz de entregar. En este sentido la democracia, por ejemplo, sería un servicio funcional a la dominación, no a la liberación, pues no está pensando en cambiar las relaciones de poder sino en perfeccionarlas, hacerlas tolerables, hacerlas legítimas a través del simulacro de la mayor y mejor participación de los ciudadanos con el sistema del voto. Todos los procesos democráticos están más dirigidos a profundizar la aceptación de la democracia estatal como el sistema más avanzado de organización colectiva, antes que a generar nuevos niveles de comprensión y práctica para la libertad. La democracia se desarrolla en un contexto de creciente pauperización existencial y política, aunque también, de creciente acceso a los supuestos beneficios tecnológicos, y al confort. Pero, es que parece absurdo no plegarse a la corriente intelectual y material que en algo está cambiando la situación de exclusión del progreso y del desarrollo económico que afecta a las grandes mayorías, aun cuando ello implique, casi inadvertidamente, poner en riesgo la propia libertad y más aún la posibilidad efectiva del cambio hacia una sociedad mejor, es decir, una sociedad sin los niveles de pobreza y exclusión, sin los niveles de violencia y coerción, sin los niveles de intolerancia, sin los niveles de hacinamiento y congestión, sin los niveles de egoísmo, sin los niveles de apatía y manipulación mental, sin los niveles de contaminación ambiental, en definitiva sin las incoherencias que vivimos cotidianamente en la ‘cúspide’ de la historia humana. Reconocer que la alienación es placentera no es reconocer que el costo del progreso implica nuevas sujeciones, sino que la vía del cambio requiere imaginar, experimentar y asumir nuevas formas de gestión de la vida colectiva que tengan como corolario, entre otras cosas, la reconceptualización de significados como el confort.

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